Jorge Ibargüengoitia
- Apolonia V.
- 18 sept 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 sept 2018

Jorge Ibargüengoitia inicio su carrera de escritor con Susana y los jóvenes, una comedia rebosante de ironía, con un conflicto simple y una amargura un poco velada tras haber asistido a un Taller de Teoría y Composición Dramática de Rodolfo Usigli. El mismo Usigli reconoció sus virtudes humorísticas.
Jorge siempre expresó que en ningún momento trataba de hacerse el gracioso y que mucho menos le agradaba cuando hacían esa implicación, afirmaba refiriéndose a sus artículos que “y sin son humorísticos es porque así veo las cosas, que esto no es virtud ni defecto, sino particularidad”. Tal vez a lo que se refería es al sinsentido de la vida, a lo absurdo del existir.
A pesar de su inicios dramaturgos, sus textos más representativos fueron sus novelas cortas y artículos que publican el Excélsior entre los años 1969 y 1976 de donde surge unos compendios llamados La ley de Herodes e Instrucciones para vivir en México, del que se desprende el relato Sangre de Héroes.
A continuación un fragmento de su novela Las Muertas, donde relata la historia basada en hechos reales y los archivos policiacos del famoso caso de las “Poquianchiss”:
<<Dice la señora Eulalia Baladro de Pinto:
Los periódicos dijeron que el negocio de mis hermanas lo heredaron de mi padre, que mi padre fue famoso en Guatáparo por sus costumbres disolutas, y que murió de un balazo que le dieron los federales. Puras mentiras. Mi padre fue un hombre honrado, comerciante, nunca puso los pies en una casa de mala nota y no vivió en Guatáparo sino en San Mateo el Grande, en donde nacimos sus tres hijas y en donde todavía hay personas que lo recuerdan con admiración y respeto. Nunca tuvo pleitos con nadie y menos que nadie con los federales. Murió en San Mateo, en el año 47, de un dolor que le vino, confesado y comulgado, sin saber, por fortuna, que mis hermanas anduvieran metidas en una vida que a él no le hubiera parecido bien.
Mi hermana Arcángela llegó a ser dueña de un antro de vicio sin querer. Ella era prestamista, uno de los deudores no le pagó a tiempo y ella tuvo que quedarse con las propiedades, entre las que había una cantinita que estaba en las calles de Gómez Farías, en Pedrones. Durante meses anduvo buscándole administrador sin encontrar ninguno que saliera honrado, por lo que no le quedó más remedio que regentearla ella misma. Le fue tan bien que a la vuelta de dos años abrió la casa del Molino, que llegó a ser famosa en Pedrones.
Años más tarde, gracias a la amistad que tuvo con un político del Estado de Mezcala, le dieron licencia de abrir un negocio en San Pedro de las Corrientes. En esa ocasión fue a visitarme y me dijo:
—Voy a radicarme en San Pedro, ¿no te interesaría encargarte de un changarro que tengo en la calle del Molino?
Yo estaba casada con Teófilo y nada me faltaba entonces, pero quise saber qué clase de changarro era para ver si podía atenderlo sin faltar a mis obligaciones domésticas. Hasta ese día supe a qué se dedicaba mi hermana. Apenas podía creerlo.>>
Referencia bibliográficas.
Ibargüengoitia, J. (2015). Instrucciones para vivir en México.
Ibargüengoitia, J. (1977). Las muertas. J. Mortiz.
https://cultura.nexos.com.mx/?p=14758
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